miércoles, 11 de noviembre de 2015

Cuento de Halloween (decimoprimera parte)



“VELORIO SUSPENDIDO POR RESURRECCIÓN” rezaba el cartel en la puerta de la funeraria.
Muchos vecinos lo leyeron dos y tres veces incrédulos y luego tocaron el timbre. A todos se les permitió ingresar. Vieron muy bien a la señora que estaba mejor que nunca, muchos la abrazaron con calidez otros le dejaron sus flores y después de innumerables demostraciones de alegría se marcharon contentos a sus casas.
Dentro del local unas pocas personas comentaban entre sí los acontecimientos con seriedad.
-Ahora entiendo por qué la bruja parecía tan buenita. Porque a sus enemigos los hechiza para que parezcan muertos de muerte natural, mientras los va transformando en plantas y después los tiene viviendo al sol mientras los devoran las hormigas. ¡Cuánta maldad! –estalló Marta, la mujer de Raimundo.
-Sí pero... ¡no entiendo por qué a mí, por qué me atacó a mí!-Se quejó Felicia. –No soy bruja ni malévola, y les doy mi palabra de que nada tengo que ver con el secuestro de las chicas y su intercambio por atrapasueños. ¿Por qué me tuvo que atacar a mí? Eso… si es que esto es obra de ella. No me gusta acusar sin pruebas a la gente.
-A lo mejor la bruja piensa que sí, que usted tiene alguna clase de poder, al fin y al cabo es la partera del lugar, ha dado vida a mucha gente –razonó el doctor sosteniendo una copita de anís–. Con todo respeto señora ¿Usted tiene alguna clase de poder? ¿Usted es bruja por casualidad?
Doña Felicia que de ser una ancianita casi transparente se había transformado en una mujer espléndida lo miró despectivamente y ni se molestó en responderle.
-Felicia es una persona absolutamente normal. Es esa bruja loca la que se siente burlada y se ha puesto a hacer de las suyas. Está dando manotazos en la oscuridad –intervino la viuda Robles–. No tiene ni idea de qué ha sucedido con los atrapasueños y anda atacando a cualquiera que le parezca sospechoso. ¿Usted recuerda al menos cómo fue que falleció, Felicia?
-En absoluto. Sé que sonó un trueno y comenzó a llover ese día ¿Se acuerdan? Decidí entonces acostarme temprano, me puse a leer “El Rey de las Serpientes” y después de dos o tres capítulos… sonó el reloj… serían las seis o las siete y media… me levanté, calenté una sopa, la llevé a la cama y me dormí. Desperté acá.
Vito pensó para sus adentros que a esa misma hora él estaba en el prado rodeado de ovejas hablando con Sofía. La viuda estaría pensando lo mismo y pidió permiso para retirarse dado que su hija, cuando se había enterado de lo que le había sucedido a Felicia había tenido una crisis nerviosa y ahora no quería ni salir de la casa. Vito decidió acompañarla.
Aún no habían salido cuando sonó el timbre de la puerta. Era una labradora de la zona que había llegado a presentar sus condolencias y habiendo leído el cartel, preguntaba algo confundida por Felicia. Se le explicó lo que a todos, que había habido un error, que Felicia se había dormido muy profundamente y que por no poder despertarla la muy torpe de su mucama la había dado por muerta.
La visitante con cara de sorna y como no creyendo nada en absoluto pidió verla, pero cuando entró y la vio vivita y coleando la mirada se le endureció, las flores se le cayeron al suelo y se arrojó encima de la partera echándole las manos o más bien las garras al cuello con la clara intención de estrangularla. Felicia se defendió como pudo rechazándola y sus manos se apoyaron en el abdomen de la visitante que aulló de dolor y se desbalanceó. Era la bruja y Felicia le había tocado la culebrilla.
La mujer de Raimundo, en su rol de señora de la casa se paró junto a la recién llegada y comenzó ella misma a pegarle escobazos mientras le gritaba:
-¡Váyase de acá inmediatamente antes de que la convirtamos en una escupidera! ¡Fuera de aquí, fuera de mi casa!- Y la bruja, que se hallaba caída, una vez más se desvaneció en el aire.
-¿Pero entonces la bruja es usted? Digo ¿Usted también es bruja? ¿Es usted la que tiene nuestros atrapasueños? –preguntó el doctor.
La señora lo miró haciendo un puchero y se arrojó a llorar a los brazos de su marido Raimundo.
-¡Cómo se atreve! Mi esposa no es ninguna bruja, doctor. Es más, puedo probarlo, todo el mundo sabe que sufre de vértigos. Y las brujas vuelan en escobas ¿No? ¿Cómo podría viajar en escoba una mujer con vértigo? Además si fuera bruja la hubieran atacado también a ella…
-¡Pero yo no soy una bruja! –gritaba a su vez Felicia
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