martes, 10 de noviembre de 2015

Cuento de Halloween (décima parte)


Vito se sentía lo suficientemente feliz como para no agregar más cosas feas a su relato así que aunque sabía lo del repelente ni siquiera lo contó. Además ¿qué podían hacer? Era tarde, ya estaba repartido por todos lados. Estaba urgido por salir  además porque tenía ganas de ir a la plaza a cantar y a bailar desnudo a la luz de la luna que era lo que más deseaba hacer en ese momento así que se despidió y se fue de la casa llevándose la bolsa de cenizas plateadas con la excusa de que como ya estaba abierta, la arrojaría él mismo en algún lodazal cuando la verdad era que quería quedársela para poder usar el polvillo de vez en cuando.
Al llegar a la calle vio que algo o alguien se encontraba montado sobre el viejo caballo que le habían prestado en la funeraria y al acercarse más notó que era una oscura criatura que se hallaba muy ocupada chupándo la sangre del cuello del pobre animal. Lejos de asustarse se abalanzó reboleando el puño con el que sostenía la bolsa y ya junto a la criatura empezó a golpearla con puño y bolsa mientras una nube de polvo plateado se esparcía por el aire.
El horroroso bicho colmilludo dejó de morder al caballo y emitió un grito terrible como de dolor y de miedo, y reventó como un globo relleno de barro sanguiolento mientras que de los árboles se levantaba una bandada de algo así como aves oscuras grandotas que rápidamente salieron volando espantadas, alejándose a toda prisa.
El caballo estaba muy bien por suerte y Vito no dudó en ponerle un poquito de cenizas en las mordeduras, lo que causó que el viejo equino se transformara en un brioso corcel. Él mismo había respirado ahora también del polvo y estaba completamente inundado de felicidad suprema.
Decidió pasar por la funeraria para devolverlo y cuando llegó allí, el matrimonio estaba preparando el cuerpo de la anciana Felicia para el velatorio de la mañana siguiente. Vito entró al lugar cantando, como si esa ya fuera su casa. En un cuarto de atrás la difunta viejita se hallaba sobre una mesa y la señora estaba peinando su cabello con sumo cuidado, mientras se le caían las lágrimas. “-Pobre Felicia, cómo la vamos a extrañar, lo que se dice una buena amiga y una buena vecina”- se quejaba.
El señor Raimundo se hallaba cerca de su esposa lustrando algunos bronces y cuando vio a Vito le pidió que se acercara. Llevándolo junto al cuerpo de la anciana levantó la sábana que cubría sus pies y le mostró el motivo de su preocupación: Una raíz pequeñita emergía de la planta del pie de la fallecida. Después pidió a su esposa que se apartara y separando los cabellos de la anciana le mostró que en la cabeza estaba creciendo una hojita verde, mínima. Como si Felicia estuviera germinando.
-Esto es lo más raro que he visto en mi vida. A usted ¿Qué le parece que es? – preguntó a Vito preocupado.
- A mí me parece que es… monocotiledónea –respondió Vito y se empezó a reír y a dar saltitos por la estancia. Pero una veta de sensatez persistía aún en su mente que trabajaba con sagacidad inusitada y le hizo recordar las palabras que la bruja había proferido cuando estuvieron juntos: “y sea quien sea que lo haya hecho terminará como otros tantos haciendo fotosíntesis en los fondos de mi propiedad mientras lo corroen las hormigas coloradas sea persona o entidad diabólica. Eso lo juro.”
-Quiero hacer una prueba, a ver salgan –Ordenó Vito al matrimonio y los empujó para afuera. Cuando estuvo a solas con el cuerpo, vació el íntegro contenido de la bolsa de abono sobre él.
La señora se incorporó tosiendo, miró a Vito y le dijo:
-¡Tengo que atender un parto! ¡Rápido, rápido, sáqueme de acá que tengo que ir a atender un parto!
-Tranquila, señora –respondió él ya en sus cabales-. Somos nosotros, me parece, los que la tendremos que atender a usted.

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