(Continuación)...Y ella, María del Carmen había
encontrado muerta a su patrona y convencida después de tres años de estar con
ella nueve horas por día de que estaba completamente aislada y sola con su
gaterío y que nadie le prestaba atención, la había desmembrado completamente y
tenía su cabeza y sus partes en un freezer incluidos su ropa interior de trola
fina y sus tetas de silicona y sus dientes de porcelana incrustados con titanio.
No durmió esa noche. A las dos de la
mañana se empeñó en seguir con el plan; iba a salir de allí y se iba a instalar
en lo de la vieja. E iba a usurpar la identidad de la vieja. Esto de los gatos
era algo pasajero, ya se aquietarían las aguas. Chloe le había abierto las
puertas de su casa, de su consultorio y de su monótona vida. Abriría la
computadora y les diría a los del chat que no podía escribir porque se había
quemado la mano pero que estaba y los miraría conversar. Jugaría a los
corazones hasta agarrarle la mano al juego. Y atendería gente y ganaría plata y
se pondría su peluca y su ropa holgada y buscaría sus euros escondidos y
utilizaría la tarjeta para pedir cosas al supermercado como tenía arreglado
Chloe porque en esa agenda estaban todas las contraseñas.
A las cinco de la mañana caminó a la
parada. Había dejado una nota diciendo que se iba, que muchas gracias y que
lamentablemente no podía dejar ninguna pista por lo que ya se sabía.
Llegó a lo de Chloe a las seis y
cuarto. Alimentó a los gatos, se bañó. Limpió el consultorio y la casa y empezó
el proceso de disfrazarse. Buscó ropa liviana de Chloe, ropa medio hindú que
usaba; se puso la peluca, le costó. Se pintó un poco, se lavó la cara y se
volvió a pintar los labios. Abrió el consultorio. No vendría casi nadie
probablemente... ¿O sí? Cinco personas fueron esa mañana, a todos los recibió
con la coraza de radióloga. Ya se había ganado su primer dinerito.
A las doce cerró. Tenía tiempo hasta
las cuatro para ser ella. Chloe la mandaba al banco a sacar dinero con la
tarjeta, así que no llamaría la atención. Pero ella quería saber todo. Buscó
documentos por la casa pero sin desordenar. Los gatos estaban un poco tristones
así que se puso el guante y los cepilló pensando en sus hijos que no veía. Los
más jóvenes respondieron bien, las gatas parecían ofendidas pero se dejaron.
Mientras cepillaba a los gatos
pensó que iba a conservar la cabeza de Chloe así atragantada en el freezer con
su pelo natural a la Jhon F. Kennedy porque si la descubrían era la única
prueba de que ella no la había matado. Podrían meterla presa por hacerse pasar
por otra persona o por vilipendio de cadáver pero no por asesina. También pensó
que si la agarraban iba a decir que todo lo hecho había sido a pedido de Chloe
para que los sobrinos no pusieran mano en sus cosas y dejaran a los gatos
desamparados.
Esa noche el gran desafío sería el
chat. Prendió la computadora con todos los códigos que halló en la agenda.
Abrió el messenger. Gente que hablaba la saludó. El tema del gato era el tema
de la noche. El portero ya lo había repartido. Escribió: "Me quemé la mano
con agua hirviendo, pero sigan conversando que así me entretengo"
Apagó la máquina relativamente
temprano, los gatos no comían mucho pero no sabía si por el calor o por duelo.
Ella comió el pollo y la ensalada y tomó conciencia de que esos alimentos los
había cocinado Chloe. Se puso a llorar como una criatura. No conseguía
conciliar el sueño. En la caja de remedios habría alguna pastilla. Buscó y
halló diazepán pero tuvo que tomar dos porque un hallazgo la paralizó: Una caja
de doce preservativos abierta y casi vacía.
A las ocho de la mañana sonó el
timbre. Era el muchacho paseaperros. María del Carmen no pensaba abrirle.
Recogía mecánicamente la comida los platos
del suelo mientras pensaba ir a ver al único comisario en que confiaba, un
especialista en violencia doméstica y decirle todo. El joven insistió e
insistió y finalmente deslizó un papel por debajo de la puerta. Parecía ser una
carta. Era curioso ver por un resquicio
de la ventana el espectáculo que tenía lugar en la vereda. El muchacho había
atado unos diez perros a la reja que locamente ladraban a algunos gatos que los
miraban con indiferencia desde zonas altas de la medianera, del techito del
hall o desde el alfeizar de la ventana alta. Después de dejar la carta tocó un
poco más pero a los pocos segundos desistió y se volvió con sus perros. Cuando
lo escuchó alejarse esperó unos minutos y recogió el sobre.
Dentro había un papel doblado que
contenía una flor seca que parecía haber estado guardada dentro de un libro.
Una fresia amarilla. Escrito a mano se leía: "Soy un pendejo, perdoname
mis celos, no me cortes el rostro que me muero. Te amo. Gastón. Post Data: Del
celular vaciá la casilla de mensajes de voz."
Un amante y ¿algo así como un
teléfono celular que estaba repleto de mensajes de voz? Tres años trabajando
con Chloe, haciéndole mandados a Chloe, trámites a Chloe, cuidandola si estaba
enferma, comiendo de la mesa de Chloe, atendiendo pacientes con ella y jamás
había sentido que tuviera celular y menos que fuera amante del tipo
paseaperros. Se metió un valium diez y tomó agua. Esa tarde en cuanto cerrara
iba a ir a comprar otro aire acondicionado...pero ahora había que buscar el
celular. Fue a la agenda y revisó los teléfonos. Tuvo suerte: En la
"Y" griega había un nombre: Yomisma y a continuación un número. Chloe
no tenía teléfono de línea en la casa pero sí adelante, en el consultorio. Fue
hasta allí y llamó a "yomisma". No escuchó nada salvo a Guiselle, la
gata, que comenzaba a llorar. ¿Que le pasaría? La buscó, estaba muy alicaída. Le ofreció comida, agua.
El animal continuaba mal. La llevó consigo al consultorio e intentó llamar de
nuevo. En cuanto Carmen escuchó que el celular llamaba Giselle saltó y comenzó
a llorar de nuevo y como a pedir ir a la casa. Le abrió la puerta. Al tercer
llamado los maullidos lastimosos de Giselle hicieron evidente que Giselle
escuchaba al celular y estaba entrenada para avisar. ("Los gatos
Carmencita tiene un oído excepcional" le dijo Chloe desde la eternidad) No
fue difícil encontrarlo. El cesto de Giselle se hallaba cubriendo un enchufe en
el cual había una batería cuyo cable se
perdía en el almohadón de Giselle. Allí debajo estaba el celular con modalidad
vibradora.
Las claves más usada por Chloe eran
la palabra CHAT y el número de código postal. Marcó los números y desbloqueó el
celular. No era un aparato muy sofisticado, era tarjetero además. Su contenido
justificaba postergar el aire acondicionado y pasarse la tarde estudiándolo.
Carmen pensaba en seguir lo más fielmente posible los usos de Chloe. ¿Cómo
premiar a Giselle? ¿Cepillándola? Abrió la heladera y miró. Algo
excepcionalmente gustoso debía haber para este trabajo tan importante. Corrió
al consultorio y llamó a "yomisma". Giselle lloraba y se erguía sobre
sus dos patas traseras contra la puerta de la heladera que había quedado
abierta. Había muchas cosas, comida, medicamentos. Una lata de alimento para
gatos excepcionalmente cara. Sardinas en salmuera. Carmen pensó que una sardina era un premio
muy bueno. Extrajo una del frasco y la dio a la gata. Giselle la deseaba pero
no la comía. (¿muy salada?) Probó con el preparado. Giselle lo ignoró. Entonces
Carmen vio un envase como de acetona, de esos que se venden en las farmacias
que consevaba su etiqueta. Las palabras "alcohol con éter" estaban
pero se les había agregado la marca "celle". Abrió el alcohol con
éter marca “celle” y dentro encontró ("era coherente", "se caía
de maduro") caviar. Le dio un poco a Giselle. Probó de nuevo con los
teléfonos, por las dudas y observó cómo el circuito funcionaba a la perfección.
El teléfono del consultorio la sobresaltó. ¿A esa hora? ¿El teléfono del
consultorio? Sonaba dos veces y paraba.
De repente el
celular comenzó a vibrar, Giselle comenzó a maullar y Carmen atendió.
-"¡Por fin,
mujer!"- dijo una voz de galán, una voz de locutor de radio.
-"Estoy
afónica, perdón"- dijo Carmen jugándosela por entero. Conocía a la persona
pero no la ubicaba.
-" Vos ya no
sos vos”- dijo el hombre.-“ La noche las drogas y el alcohol te han comido el
seso, Malena"
- "¿Por qué?"
- dijo Carmen afónica.
-" Mirá la
fecha y decime... Hoy es doce..."
Carmen caminó
hasta el almanaque y vio el enorme letrero con letras rojas.
-"¡Antipulgas!"
- exclamó desolada enserio.
- "Tenés que
dejar el éxtasis mi amor" - dijo el hombre que era indudablemente el jefe
de ventas de la veterinaria.- "¿Te mando todo lo de siempre?".
-"Por
favor...lo de Gaspar me dejó mal, dormí y perdí noción de la fecha" -
- "Bueeno,
pero terminó bien. ¿Antiparasitario querés?
- "Si. Para
gatos grandes y chicos."
- "Algún
chiche para los nuevitos? tengo unas pelotitas americanas que cuando ruedan...”
- "Mandá dos
o tres. Mandá.
-
"¿Matacucarachas?
- "Dos
jeringas. No, tres." dijo mientras le daba caviar a Giselle.
- "Uy, que
manera de gastar. ¿te sacaste la quiniela?”-
- "Con estos
calores y la hiedra no sabés...”-
- "Si, hay
mucho bicho, Conesstosscaloress"-
- "¿Cash or
card?"- preguntó el Bombón.
- "Para qué
me preguntás..." - respondió Carmencita
- "Bueno
Gatúbela. Un beso, "Conesstosscaloress". A media tarde te mando a
Juancito"
Carmencita fingió
carreaspear y toser, emitió un sonido y cortó.
Anibal Esteban Rivas Ponce,
oriental casado de 45 años, jefe de ventas de "Best Friend’s Vet" de
boludo no tenía un pelo. Pero tenía sí mucho trabajo. Que Chloe se olvidara de
llamar por el antipulgas, aunque se hubiera muerto el Papa no lo creía nadie.
Que no se interesara por los juguetes...bueno, eso era gravísimo. Que no
hubiera pedido una bolsa de comida era inconcebible. Por eso le salió al final
la pregunta cash or card que tenía una respuesta única. Después de colgar el
teléfono lo llamó la suegra que lo desvió un poco de sus cavilaciones pero
mientras hablaba con ella de la cena del domingo agregó al pedido de Chloe la
comida para gatos de manera casi mecánica. Luego llamó el veterinario y su
mente se disipó en otras cuestiones.
Por Juancito, el Chico de los
repartos de "Best Friend’s Vet", Carmencita no se preocupaba. Lo
atendía algunas veces ella. En cuanto a cash or card la respuesta era unívoca:
Card, dado que de otra manera él le hubiese preguntado "¿Cambio de cuánto
te mando?". Pero aún así era evidente que Aníbal había olido algo
irregular. Esa llamada había sido un desastre.
Se echó medio Valium más al buche
y en lugar de seguir con el teléfono celular, el calor y la tensión la llevaron
a arrastrar el cochoncito de Chloe al piso del consultorio donde el aire
acondicionado estaba en 24. Dejó puerta que comunicaba con la casa abierta y
durmió poniendo el despertador del celular para las tres y media. Se despertó,
o la despertó el timbre de la calle como a las siete de la tarde. Estaba
rodeada de catorce felinos la mayoría echados debajo de la salida de aire. Era
el pedido de la veterinaria. Afortunadamente nadie había venido ni llamado.(Continuará)
2 comentarios:
Querida Claudia, me gusta mucho lo que estás escribiendo. Espero que mantengas esa veta creativa que ha resultado ser tan prolífica y entretenida. Gisela.
Gracias Gisela!
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