Esas viejas de los gatos.
“Chat, chat, chat
Chat blanc, chat noir, chat gris”
Paul Eluard
Chloe Irma Peña Sosa, uruguaya, viuda sin
hijos de 56 años de profesión radióloga dental se despertó una mañana de enero
a las cinco y veinte (4:20 AM hora solar) porque uno de su catorce gatos
(Gerónimo concretamente) lloraba fuerte y se levantó a calmarlo.
La noche anterior los servicio
meteorológicos de todos los canales habían anunciado otro día de calor
insoportable, y estaba sin aire acondicionado en la casa. Tomó sus fibras y sus
remedios flebotróficos para prevenir várices, edemas y hemorroides con mucha
agua mineral Tánger etiqueta negra, y con lo que había en el bidón de cinco
litros llenó también la ensaladera de cristal, que había sido de su abuela
donde ahora calmaban su sed los felinos. Se metió en el baño, cagó muy bien,
limpió el baño y luego se duchó y se
lavó la cabeza y se cepilló los dientes.
Se vistió con una remera y un pantaloncito. Luego fue a la cocina -aún no había
amanecido - y mezcló un kilo de arroz cocido en caldo de pollo con dos quilos
de nalga picada magra. Ralló ocho zanahorias en la procesadora y lo agregó a la
mezcla. Sazonó esto abundantemente con calcio en polvo, sal (poca) y queso
rallado. Probó la comida, la consideró aceptable y la repartió abundantemente
en catorce platos de té willow que le había comprado a un anticuario, guardó el
resto en la sopera del juego y lo puso en la heladera y llamó desde la ventana
a sus nenes que concurrieron de inmediato desde todos los techos de la vecindad.
Esto, por supuesto, despertó a todos sus vecinos que estaban furiosos con esa
costumbre matinal pero le tenían miedo porque había proclamado que si le
mataban a un gato dejaba sin pájaros la zona a seiscientos metros a la redonda.
Mientras los miraba comer con amorosa ternura escuchó ladridos, recordó al
paseador de perros. Una sola palabra salió de sus labios: "imbécil” y
pensó que seguramente a las ocho pasaría por la puerta y hasta podría llamar.
Lavó todo mientras se hacía su propio desayuno: Te con leche con tostadas de
pan negro queso magro y miel y ensalada de frutas. Lo tomó. Encendió la
lavadora para lavado largo en la que había sábanas, tohallas, ropa interior y
la túnica de trabajo del día anterior. Se puso el guante con espinas de goma y
uno a uno cepilló como si los acariciara a cada uno de sus bebés. Mientras
tanto en el horno se hacía un pollo. Después del rascado lo sacó y lo trozó.
Fue a la azotea y colgó toda la ropa. Barrió los pelos que quedaban en el piso.
Fue al almanaque y vio que era diez de enero. En la fecha once había un anuncio
rojo que decía "¡ANTIPULGAS!" Miró la hora: "no, la veterinaria
debía estar cerrada todavía". Fue a buscar el recibo del servicio del
prepago de salud de los pequeños. Abrían recién a las nueve. Encargaría las
catorce pipetas, comida en granos de la buena (con la cobradora de la clínica
veterinaria, unos días antes habían calculado que el kilo de alimento gatuno
costaba más que la suprema de pollo, aunque rendía.) y un par de juguetitos
para los dos mininos nuevos. No debía olvidar antiparasitario y una jeringa
mata-cucarachas aunque los nenes mataban entre una y dos por noche. Preparó una
ensalada de lechugas crespas con tomate y cebolla. A las ocho menos veinte
sintió que una uña del pie le molestaba. Tomó unos alicates y mientras la
arreglaba notó que tenía un poco hinchados los tobillos. Escuchó por la zona al
paseaperros. Decidió que prepararía una
ensalada de atún también pero luego porque se tiraría en la cama con las
piernas hacia arriba apoyadas en la pared. Cuando iba a guardar la lechuga en
la heladera vio unas masas horneadas de
merengue azucarado y coco rallado, a las que llamaba
"coquitos" y se tentó, sacó dos. Eran su pasión porque le recordaban
al coco que comía de chica cuando su padre trabajó un tiempo en el Brasil.
Abrió todas las ventanas para que se aireara la casa. Echada en la cama con las
piernas bien para arriba, las pantorrillas y los muslos placidamente frescos
por la temperatura de la pared expulsó a Guity que quería subirse sobre su
barriga. El primer coquito estaba un poco rancio, lo atribuyó al calor y
disculpó al panadero; de chica algunos cocos tenían ese gusto también, los mal
passados. El otro estaba perfectamente fresco y lo devoró metiéndoselo casi
todo en la boca. Otra vez Guity buscaba subírsele encima. No, linda, demasiado
calor. Sintió que se había atorado, que se había atragantado con esa bola
semimasticada de coquito. No pudo hacer mucho, apenas logró bajar las piernas y
enrollarse en la cama luchando por aire. Miró el reloj que se le insinuaba con
descaro: Ocho treinta. (7:30 AM hora solar). Pensó: "Me muero".
Después de una hora de viaje en un ómnibus
atestado, llegó al consultorio María del Carmen Acosta Acosta, oriental, casada
de 49 años madre de dos hijos de 19 y 24. Le llamó la atención que siendo las
nueve menos cuarto estuviese cerrado porque la vieja loca abría en verano a las
ocho y media. No había nadie esperando por suerte y entró con su propia llave.
Mejor le hubiera dado vacaciones la enferma porque desde principios de año no
había ido nadie. Limpió el baño, abrió la ventana, se puso a leer una revista y
olisqueó pis de gato en el cubículo de esconderse de la radiación. Hipoclorito
de sodio no había más.
Golpeó la puerta que comunicaba
al fondo con la casa de Chloe pero no halló respuesta. También tenía llave y
entró. Todo estaba en orden. Fue a la cocina y picoteó un poco de pollo pero
sintió culpa y lo guardó en la heladera. Por la ventana abierta se veía la
sombra de la ropa tendida arriba. El baño estaba vacío, se empezó a preocupar
porque Chloe hacía como diez años o más que no salía a la calle. Los gatos muy
tranquilos. La basura llena de pelos, los había cepillado como siempre. Una
cuca muerta en el pasillo le dio asco. Abrió la puerta del cuarto y vio que
sobre la cómoda estaba la peluca de Chloe en la cabeza de espumaplast. Miró en la cama y la vio, se acercó y estaba
muerta entrando en rigidez. Cara con ojos de atorada. Bueno, pensó, porque de
algo hay que morir. ¿Qué iba a hacer? "En estos casos se llama a una
ambulancia o a la policía", discurrió. Mas luego se dijo que a la
ambulancia, era ridículo llamarla. En cuanto a la policía jamás porque su
marido era, justamente, policía y si los
llamaba seguro que se iba a terminar enterando de su paradero y la iba a ir a
buscar e iba a pasar, como mínimo, lo que pasa siempre: La iba a matar a ella y
después se iba a pegar un tiro él. Allí fue tomando cuerpo la idea de ocupar la
identidad de Chloe. Por eso y por la plata de Chloe. Mucha plata. "Vieja
de mierda, morirse ahora, en que lío estoy" pensó. Bueno, con ella había
sido buena, le había dado trabajo aun
conociendo el riesgo de albergar a una fugitiva. En el fondo quería llorar,
pero no podía darse ese lujo.
Como señora sola que era, Chloe
tenía sus gatos, su trabajo, sus ahorros para una vejez digna, sus propiedades y nada más. Bueno, algo más
tenía: Una agenda en la que anotaba absolutamente todo para no olvidarse, y una
caja repleta de medicamentos. Tenía la internet en la que jugaba el
jueguito de los corazones con otras
gentes que usan nombres falsos y un primo preso por homicidio especialmente
agravado en Córdoba, Argentina el que a su vez tenía dos hijos que eran los que
vendrían corriendo a saquear todo "si yo me muero mis sobrinos van a venir
a saco, Carmencita, pero se las voy a hacer difícil" había dicho cada vez
que cada seis meses llamaban con una excusa pueril y ofensiva para la
inteligencia para ver si aún vivía.
El primer problema para sustituirla
era deshacerse del cuerpo: "Con estos calores..." Chloe era liviana,
María del Carmen la llevó a la bañera y abrió la ducha. Fue a la cocina en
busca de una trincheta e hizo pequeñas incisiones en cuanta arteria sabía que
existía. Mientras algo se llevaba el agua cerró el consultorio colocando un
cartel: "Cerrado por duelo" en el que había pegado la foto de un
gato, escrito una dolida oración fúnebre y dibujando unas flores. Ningún vecino
sospecharía.
Cerró la casa y se fue a la
avenida. Compró en una librería cinco trinchetas. Primera cosa reducirla a
fragmentos más pequeños. Empezaba a sentir pena pero se decía "Es mi
oportunidad. Ahora o nunca. Si me saco el cuerpo de encima, me visto con su
ropa, aprendo a falsificarle la firma y sigo con su vida, desaparezco del todo,
consigo plata y vivo tranquila. En la agenda están todos los códigos, la peluca
me queda, la cédula es vitalicia, muestras de su letra hay, la firma es fácil,
lo de las radiografías lo sé hacer y a los gatos... (Me parece estarla escuchando:
"los gatos son animalitos muy sensibles, Carmencita") a los gatos los
seguiré tratando a cuerpo de rey y si alguno se pone mal llamaré al
veterinario. Unos lentes de contacto verdes voy a necesitar."
Experta en el arte de trinchar los
animales que su marido de joven cazaba con sus amigotes borrachos y violentos,
María del Carmen no halló dificultad en desmembrar a Chloe. Antes de desnudarla
se impuso hacerle la Extrema Unción. Y cuando empezó a sacarle la ropa holgada
que mojada y adherida al cuerpo dejaba traslucir un cuerpo menudo aunque
fibroso sintió pena de nuevo. Algo la sorprendió: Chloe tenía ropa interior
cara y sexi, y esas lolas eran silicona. ¿Quién lo hubiera dicho? (Continuará)
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