miércoles, 22 de mayo de 2013

SI EL ARREPENTIMIENTO MATARA (Fin)



(Continuación)
-Típico de los obsesivos. Por eso trato de no atenderlos. –Dijo Susi –Yo tenía un profesor que decía que la vida de un obsesivo es una novela de suspenso. Imaginate si dependieras económicamente de ellos... Tiene que ver con la etapa anal, retener o largar la caquita. Una manera de tener en vilo a la madre, sus primeros pininos con el Poder.
- Entonces se acabó, que joder –dijo Juan – Hay que cortar el cordón umbilical...A sacarle la ropa a la muñeca y a dejarse de misterios...- Y le dio un manotazo.
- ¡Noo! - gritó Annie - Devolvemelá  ¡Es mía. ¿Qué me venís con cordón justamente vos? ¡Traé eso para acá!
- No me rompas las pelotas –dijo Juan – Ya vengo. ¡Y eso de que un portero no puede ir al psicoanalista es un estereotipo digno de una burguesa fascista. En la portería hay una tijera., dijo. Y salió.
-Ah Merde… - suspiró Susi-  Lacanianamente esto se llama “La castración simbólica”-agregó Krause.-Era hora de que un hombre te parara el carrito, Annie. Muy Bueno, muy bueno.
   Curiosamente Annie no se desmayó ni tuvo taquicardia o corrió tras su amigo sino que se fue a un rincón, tomó la manopla sacapelosy se puso a acariciar al gato.
Un rato después subía Juan con la ropa de la muñeca entera pero descosida en una mano y la muñeca en la otra.
- Tomá. Este era el secreto de tu pobre mamá.
- Sobre el abdomen de la muñeca, un abdomen rosado y brillante había primorosamente pintado un nene, un bebito en posición fetal. Los senos de la muñeca habían sido resaltados y sus pezones coloreados de rojo, y en la entrepierna había dibujado algo que semejaba al vello púbico.
- En el medio de la guerra... jugaba a que iba a nacerle vida – dijo Natalia que se desencajó.
- Le daría vergüenza. Esto lo habrá hecho a los doce, trece años...En aquella época todo esto era tabú...-dijo Susi.-Pero tampoco lo podía borrar. Y amortajó sus fantasías. Eran sus sueños de adolescente, tan ingenuos y a la vez tan volcánicos.
Annie  miró y remiró a la muñeca. Puso el dedo en el pequeño feto pintado y dijo:
-Se habrá  sentido sucia, una degenerada haciendo esto...La abuela era muy religiosa. Pobre mi mamá... Yo no sé si quiero vender esta muñeca... Son sus sueños de niña, su rebeldía ante la maldad.-Hizo un largo silencio y sentenció: -“El secreto se develó cuando se debía develar. Ahora no nos escandalizaríamos ni la retaríamos...Ahora es hasta ingenuo, ahora es naíf.”-
-El pudor…La cantidad de cosas que la gente deja de hacer por pudor…-dijo el.
-Pero los sueños los pudo cumplir...-dijo Susi.- Acá estás vos... Y sobrevivió y fue feliz... Pensalo pero... para mí, tener esto sería como guardar un esqueleto en el ropero... La vida sigue. Ella vivió para que vos vivieras...pero también para que vivieras bien... Y esta puede ser tu oportunidad. Nadie sabe si te quedarás o no en este departamento. Nadie sabe si va a vivir o cuánto y a dónde van a ir a parar sus cosas. Yo consultaría a la vieja Molli.
-Pero ella dijo que esto es pura mercadería...
-No, no, no. La vieja Molli es madre y es abuela. Va a entender. Esto le va a tocar en lo más íntimo. Esto es como con el diario de Ana Frank. Me interesa mucho lo que ella opine. Ella te va a aconsejar. Pero que el nieto esté siempre presente. Delante del nieto no le va a salir la bruja.


     Poco más de un mes después, fue Ariel, el nieto de Molli quien viajó al gran remate de muñecas y juguetes antiguos en  Nueva York. Mientras esto ocurría, en aquel pequeño y prolijo departamento Annie, Juan –que fue con su madre-, Natalia, Molli (que apretaba a Tomás) los vecinos, el tío fallecido –que con sus 92 años estaba hecho un roble y viajó a ver a su sobrina- y Susi Krause, algunos con sus notebooks y sus celulares abiertos se agarraban de las manos y hacían fuerza.
    La Ka y Erre 130, por su rareza y su  escasés en el mercado se remató en ciento ochenta mil dólares. Molli tuvo un breve desmayo. Los demás saltaron y gritaron  y Susi Krause, tan aria, tan fría se puso a llorar. El doctor Lorenzo, de puro despecho, pudo ubicar a Jorge y le contó. Y en cuanto a lo que había cosido bajo la peluca, efectivamente eran dos alianzas y un cintillo, que Annie aún atesora.  FIN
                                                                                                                              Claudia Cartasso

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