(Continuación)
-Típico de los obsesivos. Por eso trato de no atenderlos. –Dijo Susi –Yo
tenía un profesor que decía que la vida de un obsesivo es una novela de
suspenso. Imaginate si dependieras económicamente de ellos... Tiene que ver con
la etapa anal, retener o largar la caquita. Una manera de tener en vilo a la
madre, sus primeros pininos con el Poder.
- Entonces se
acabó, que joder –dijo Juan – Hay que cortar el cordón umbilical...A sacarle la
ropa a la muñeca y a dejarse de misterios...- Y le dio un manotazo.
- ¡Noo! - gritó
Annie - Devolvemelá ¡Es mía. ¿Qué me
venís con cordón justamente vos? ¡Traé eso para acá!
- No me rompas
las pelotas –dijo Juan – Ya vengo. ¡Y eso de que un portero no puede ir al psicoanalista
es un estereotipo digno de una burguesa fascista. En la portería hay una
tijera., dijo. Y salió.
-Ah Merde… - suspiró
Susi- Lacanianamente esto se llama “La
castración simbólica”-agregó Krause.-Era hora de que un hombre te parara el
carrito, Annie. Muy Bueno, muy bueno.
Curiosamente Annie no se desmayó ni tuvo
taquicardia o corrió tras su amigo sino que se fue a un rincón, tomó la manopla
sacapelosy se puso a acariciar al gato.
Un rato después
subía Juan con la ropa de la muñeca entera pero descosida en una mano y la
muñeca en la otra.
- Tomá. Este era
el secreto de tu pobre mamá.
- Sobre el
abdomen de la muñeca, un abdomen rosado y brillante había primorosamente
pintado un nene, un bebito en posición fetal. Los senos de la muñeca habían
sido resaltados y sus pezones coloreados de rojo, y en la entrepierna había
dibujado algo que semejaba al vello púbico.
- En el medio de
la guerra... jugaba a que iba a nacerle vida – dijo Natalia que se desencajó.
- Le daría
vergüenza. Esto lo habrá hecho a los doce, trece años...En aquella época todo
esto era tabú...-dijo Susi.-Pero tampoco lo podía borrar. Y amortajó sus
fantasías. Eran sus sueños de adolescente, tan ingenuos y a la vez tan
volcánicos.
Annie miró y remiró a la muñeca. Puso el dedo en el
pequeño feto pintado y dijo:
-Se habrá sentido sucia, una degenerada haciendo
esto...La abuela era muy religiosa. Pobre mi mamá... Yo no sé si quiero vender
esta muñeca... Son sus sueños de niña, su rebeldía ante la maldad.-Hizo un
largo silencio y sentenció: -“El secreto se develó cuando se debía develar.
Ahora no nos escandalizaríamos ni la retaríamos...Ahora es hasta ingenuo, ahora
es naíf.”-
-El pudor…La
cantidad de cosas que la gente deja de hacer por pudor…-dijo el.
-Pero los sueños
los pudo cumplir...-dijo Susi.- Acá estás vos... Y sobrevivió y fue feliz...
Pensalo pero... para mí, tener esto sería como guardar un esqueleto en el
ropero... La vida sigue. Ella vivió para que vos vivieras...pero también para
que vivieras bien... Y esta puede ser tu oportunidad. Nadie sabe si te quedarás
o no en este departamento. Nadie sabe si va a vivir o cuánto y a dónde van a ir
a parar sus cosas. Yo consultaría a la vieja Molli.
-Pero ella dijo
que esto es pura mercadería...
-No, no, no. La vieja Molli es madre y es abuela. Va a entender. Esto le va
a tocar en lo más íntimo. Esto es como con el diario de Ana Frank. Me interesa
mucho lo que ella opine. Ella te va a aconsejar. Pero que el nieto esté siempre
presente. Delante del nieto no le va a salir la bruja.
Poco más de un mes después, fue Ariel, el
nieto de Molli quien viajó al gran remate de muñecas y juguetes antiguos
en Nueva York. Mientras esto ocurría, en
aquel pequeño y prolijo departamento Annie, Juan –que fue con su madre-,
Natalia, Molli (que apretaba a Tomás) los vecinos, el tío fallecido –que con
sus 92 años estaba hecho un roble y viajó a ver a su sobrina- y Susi Krause,
algunos con sus notebooks y sus celulares abiertos se agarraban de las manos y
hacían fuerza.
La Ka y Erre 130, por su rareza y su escasés en el mercado se remató en ciento
ochenta mil dólares. Molli tuvo un breve desmayo. Los demás saltaron y
gritaron y Susi Krause, tan aria, tan
fría se puso a llorar. El doctor Lorenzo, de puro despecho, pudo ubicar a Jorge
y le contó. Y en cuanto a lo que había cosido bajo la peluca, efectivamente
eran dos alianzas y un cintillo, que Annie aún atesora. FIN
Claudia Cartasso
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